Se cuenta que un día un joven príncipe, aprovechando su encuentro con Confucio, le preguntó con mucho interés:
-¿Cómo se debe gobernar bien un Imperio, Maestro?
Confucio respiró profundo, reflexionó y cuando sintió que su interelocutor lo escucharía con atención, dijo:
-Para gobernar bien un Imperio has de empezar primero en tu familia.
-¿Gobernar mi familia? -preguntó intrigado- ¿Para qué?
-Para gobernar bien una familia has de ser ejemplo de rectitud y de moral; para ser ejemplo de rectitud y de moral has de adornar tu alma con las más bellas virtudes, has de buscar y profundizar en la esencia de las cosas. Una vez que hayas profundizado en la naturaleza de las cosas, entonces adornarás tu alma con las más bellas virtudes. Al adornar tu alma con las más bellas virtudes serás un ejemplo de rectitud y de moral. Si eres ejemplo de rectitud y de moral, gobernarás bien tu familia.
- ¿Gobernaré mi imperio bien, si sigo su consejo?
- Si haces lo que digo, estarás preparado para gobernar un pueblo.
- Pero yo heredaré un imperio no un pueblo. Deseo que me indique cómo gobernarlo.
En ese momento, Confucio sentenció:
- Si te gobiernas, gobernarás bien a tu familia. Si gobiernas bien a tu familia, podrás gobernar bien un pueblo. Y si gobiernas bien un pueblo, gobernarás bien un Imperio.
Entonces, el príncipe guardó silencio y meditó cada una de las sabias palabras que había escuchado, concluyendo que debía más que heredar un imperio, ganarse ese privilegio. Para ello, previamente debería adquir tres virtudes: bondad, sabiduría y valentía.
Sin decir más, Confucio se marchó. Parecía ir en paz. Quizás creyó que sus palabras habían tocado el corazón del futuro emperador.
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