En una ocasión mientras descansaba de sus guerras, Genghis Khan salió a cabalgar por los bosques con sus halcones de caza. Al ser un día caluroso, tuvo sed. Entones, vio agua goteando de una gruta. Se acercó, tomó un tazón de barro para llenarlo y ya se disponía a beber cuando oyó un silbido y sintió que le arrebataban el tazón de las manos. El agua se derramó. Era su halcón preferido, que ahora estaba arriba, en la roca de donde bajaba agua.
Intentó volver a llenar el tazón y se repitió la escena.
Muy molesto, el rey desenvainó la espada y puso el tazón una vez más bajo el hilillo de agua y dijo:
-Amigo halcón, esta es la última vez que tolero tu insolencia.
Cuando el halcón bajó de la roca, por tercera vez, le arrebató el tazón de la mano, y Gengis Kan cumpliendo su palabra la hirió con una rápida estocada. Entonces, el ave cayó sangrando a sus pies.
-Ahora tienes lo que te mereces!- dijo. Y al ver que su tazón al caer se había roto, decidió trepar por la roca de donde goteaba el agua, para beber directamente allí. Notó que había un charco con mucha agua, pero ¿qué había en el charco? Una enorme serpiente muerta, de la especie más venenosa. El rey se detuvo. Olvidó la sed. Pensó sólo en el pobre halcón y exclamó arrepentido:
-¡Me salvó la vida! ¿Y cómo le pagué? ¡Era mi mejor amigo y lo he herido!”.
Tomó suavemente al pájaro, bajó la cuesta y lo llevó a palacio para cuidarlo, diciéndose:
-Hoy he aprendido una lección, y es que nunca se debe actuar impulsado por la furia.
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